sábado, 26 de abril de 2014





Leyendas Palentinas

El milagro de las doncellas

Carrión de los Condes




El rey Mauregato
Como ocurría en la monarquía visigoda, el rey era elegido por los nobles, pero siempre dentro de la familia de los primeros caudillos. Al morir el rey Silo (774-783), su esposa, Adosinda, de acuerdo con los magnates, eligió como sucesor a su sobrino Alfonso (después Alfonso II el Casto, 791-842), hijo de Fruela (757-768), y fue nombrado legítimamente rey de los astures. Pero Mauregato (783-789) se alió con Abderramán I, rey moro de Córdoba, para conspirar contra Alfonso y usurpó el trono poco después. Mauregato era hijo bastardo de Alfonso I el Católico probablemente con una cautiva musulmana; algunos historiadores han afirmado que el nombre de este rey significa «el hijo de la mora cautiva» (mauri captae).
Evidentemente, Mauregato no tuvo conflictos con los musulmanes, más bien todo lo contrario. Las crónicas posteriores le culpan del tributo de las cien doncellas vírgenes (cincuenta nobles y cincuenta plebeyas) que, como agradecimiento a su colaboración, debía entregarle cada año, cosa que hizo durante los cinco y medio que duró su reinado. Al morir Mauregato, fue elegido rey otro hijo de Fruela, Bermudo (789-791), que era diácono.
Bermudo se negó a pagar el tributo, por lo que Abderramán juntó un poderoso ejército y vino contra él. Entretanto, Bermudo había abdicado en favor de su sobrino Alfonso II el Casto, quien ya había sido coronado en 783 cuando Mauregato lo destituyó. El ejército árabe devastó el indomable reino de Asturias y destruyó su capital, Oviedo, consiguiendo un inmenso botín, aunque su rey consiguió huir y ponerse a salvo. Durante su victorioso regreso a Córdoba, salió a su encuentro y lo derrotó en la localidad de Lutos (quizás el actual caserío de Los Lobos, al suroeste de Grado), en 794. Entonces Abderramán y Alfonso hicieron una tregua según la cual se dejó de pagar el tributo de las cien doncellas.
De estas cien doncellas, correspondían cuatro a Carrión, que en este tiempo ya estaba fundada y repoblada. Fue en tiempos de su alcalde Martín Alfonso Coronel cuando sucedió el famoso milagro de los cuatro toros, que Morales relata de esta manera. Iban los moros cobrando el tributo de las cien doncellas por la vega de Carrión. Juntándose algunos toros, dieron con tanta bravura en el escuadrón de los moros que los desbarataron e hicieron huir, y quedaron las doncellas libres de su presidio. Alabando después a Nuestro Señor y dándole gracias por el insigne milagro, edificaron en su memoria una iglesia, llamada después Nuestra Señora de la Victoria, que es testimonio de todo esto.
Aunque hay autores que no dan credibilidad a este relato, hay indudables muestras de su veracidad en la fachada de la iglesia, hoy llamada de Santa María del Camino. En el arco de la puerta principal están talladas en piedra las doncellas y los toros, sin duda en recuerdo de dicho suceso, mantenido por tradición oral durante más de trescientos años (ss. IX-XII), así como cuatro capiteles en forma de cabeza de toro. Si no fuera así, no tendría explicación la causa de estas tallas y, además, resultaría ridículo y escarnecedor en un templo cristiano. Por tanto, resulta indudable que la iglesia se construyó con motivo de tan inolvidable milagro. Además, en la misma iglesia se conserva un cuadro sobre tabla del s.XVII (en la imagen) que ilustra el suceso y lleva una inscripción que lo relata, según la cual se celebraban dos procesiones y sermón conmermorándolo. Dicha inscripción dice así: En tiempo del Rey Miramamolín le fue tributario del Rey Mauregato de cuatro doncellas que tocaban a esta Villa y llegando al sitio con los moros que las llevaban, se encomendaron a esta imagen de la Virgen para que las librase de su cautiverio, lo que fue Dios servido por medio de cuatro toros que se aparecieron, pues acometiendo furiosos a los moros, les quitaron las doncellas y mataron la mayor parte de ellos, quedando las doncellas solas y los toros en su guarda, hasta que los vecinos las recogieron. Con el milagro quedaron las doncellas libres y esta villa exenta de tal tributo y sucedió por las pascuas del Espíritu Santo y en estos días hay dos procesiones y sermón desde el año 826. El sermón, llamado de doncellas y toros, todavía tenía lugar en el s.XVIII, pues lo cita expresamente Antonio Ponz en su Viaje de España (1791).
En aquel lugar había una modesta ermita con una imagen muy antigua de Nuestra Señora, de madera policromada, llamada del Parral por una gran parra que había en la puerta. Cuando las doncellas iban a ser entregadas a los moros, al pasar por delante de la ermita volvieron la vista a la imagen y se encomendaron a la Virgen para que las librase de su situación, cosa que sucedió por mediación de los cuatro toros, como queda dicho, aunque no ha quedado aclarado si las doncellas eran de Carrión o de otras localidades.
Tanto la tradición como los historiadores dan por cierto que la construcción de la iglesia de Santa María se comenzó a principios del siglo IX, reinando Alfonso II el Casto, sobre los restos de una capilla bizantina. Al principio se llamó Santa María de la Victoria por el milagro relatado, y luego se llamó Santa María del Camino porque a su lado pasaban los peregrinos que iban a Santiago de Compostela. En años sucesivos, se estableció en la localidad la tradición de celebrar corridas de toros en la plaza de la iglesia y ofrecer los cueros a la Virgen, costumbre que se ha mantenido durante muchos siglos.


...enciende la llama de tu corazón, enciende la llama de la revoluciòn...


Mircea Eliade


Light does not come from light, but from darkness.

Homero

Nada hay tan dulce como la patria y los padres propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana la mansión más opulenta.


Odioso para mí, como las puertas del Hades, es el hombre que oculta una cosa en su seno y dice otra.


Todo hombre sabio ama a la esposa que ha elegido.


Dejemos que el pasado sea el pasado.


La fortuna es como un vestido: muy holgado nos embaraza, y muy estrecho nos oprime.



The Iron Cross


The Iron Cross (“Eisernes Kreuz”), a military decoration only awardable in wartime, was established by Friedrich Wilhelm III in 1813. It was originally only intended for use during the wars against Napoleon, but was reinstated in 1870 for the Franco-Prussian War by Wilhelm I. Mechanisms to award it were not in place during the other two great wars of ‘48 - ‘71, namely the Schleswig “Deutsch-Dänischer Krieg” and the Austro-Prussian “Deutscher Krieg” Wars.
Loads more information here.



Fahrenheit 451





Y asi estamos en pleno 2014 con una ley recien aprobada que quemara las partidas de libros incautados prohibidos por el pensamiento correcto...todo un alarde de una democracia que obviamente lo unico que quiere es velar por nuestros intereses, no sea que aprendamos a pensar y razonar en algo que no sea su multiculturalidad impuesta y su super demo-progre-dictadura del dinero...

Primavera Castellana

domingo, 13 de abril de 2014

La batalla de las Termópilas


El sudor no podía impedir una visión exacta de los movimientos del enemigo, no podían cedernos los cuerpos a pesar de las horas de combate, no podíamos pararnos a cortar hemorragias, o a recoger el cuerpo de los caídos. Era el fin de todo lo que amamos y conocemos, era la sumisión, dejar de ser libres y maniatar las manos de nuestros niños y de los que están aun por nacer. Era negarle a nuestro amado sol que brillase sobre nuestras cabezas, era perder el plateado de los rayos de nuestras lunas, era secar nuestros campos, matar nuestro ganado, era hincar la rodilla por siempre. No podíamos permitirlo.
No, no moríamos por nada, la nada eran ellos en nuestro suelo, mezclándose con nuestra sangre, doblegando a los nuestros, borrando nuestra historia y legado. La eternidad llegaría con el último latido de nuestros henchidos pechos, allá donde íbamos no nos faltarían sus risas y sus gritos de júbilo al saberse salvados los hijos de nuestro pueblo. Nuestros latidos se harán eternos en el correr de la sangre de los nuestros, en cada casa nueva que se levante, en cada nueva victoria, en cada nuevo avance, en cada animal que se sacrifique para dar alimento, en cada llanto de un recién nacido lacedemonio.
Entregar a los nuestros sería morir para siempre y sentirlo una y mil veces en cada pecho espartano. Nuestro cuerpo muere hoy, nuestra gloria será eterna y nuestra civilización permanecerá impresa en los libros que hablan sobre gloria y honor.
La batalla de las Termópilas

http://www.tribunadeeuropa.com/
“El pensamiento libre proclamo en alta voz. ¡Y muera el que no piense Igual que pienso yo!" Leonardo Castellani

jueves, 10 de abril de 2014







Gemmingen, donde 2.000 soldados de los Tercios arrollaron a 12.000 protestantes


El 21 de julio de 1568, en plena «Guerra de los 80 años», un ejército al mando del Duque de Alba hizo huir a Luis de Nassau y su contingente rebelde

Nunca te enfrentes a los Tercios españoles a menos que estés absolutamente seguro de que vas a vencer. Esta es la lección que, a base de sangre, tuvo que aprender el general protestante Luis de Nassaucuando, el 21 de julio de 1568, su poderoso ejército de 12.000 soldados fue arrollado por apenas 2.000 españoles en la ciudad de Gemmingen (a unas jornadas de los actuales Países Bajos). Aquel día -en plena «Guerra de los ochenta años»- este pequeño contingente hispano esperaba los refuerzos de su general -el Duque de Alba- para poder asaltar las posiciones enemigas pero, al ver que el oficial no les mandaba más hombres, decidieron cargar con más gónadas que cabeza contra sus enemigos holandeses y, para asombro de todos, les pusieron en huida.
Corría el año 1556 cuando Carlos I (V de los alemanes) decidió que el peso de la corona era demasiado para sus casi 60 años de edad y, apartándose de la vida pública, legó el gobierno de España y de los estados que hoy en día ocupan los Países Bajos a su hijo Felipe II. Esta jubilación anticipada no provocó una sonrisa en Flandes, donde se les torció la mirada al saber que el nuevo monarca no había pisado nunca antes la región flamenca y se había criado en la Península.
Tampoco ayudó demasiado a mantener las espadas en sus fundas elprotestantismo, una nueva religión creada por Martín Lutero que caló muy hondo en sus inicios en Flandes. Con todos estos ingredientes en el caldero, no hubo que esperar mucho hasta que las regiones de los Países Bajos se aliaron contra el joven Felipe e iniciaron la conocida como«Guerra de los 80 años».
Sin embargo, el monarca no estaba dispuesto a dejar escapar aquellas tierras, por lo que decidió «apaciguar» de la forma que mejor sabía la rebelión: a base de pica, fuego y bofetadas. Para ello, envió a las fincas insurrectas a Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel -más conocido en las páginas de la Historia de España como el Gran Duque de Alba-, con un buen número de Tercios hispanos dispuestos a aplicar un correctivo a los amotinados. Lo que no sabían, en cambio, es que aquella guerra les iba a costar unos ducados que dejarían casi vacías las arcas del Imperio.

Llega el terror de los flamencos

El Duque de Alba, que llegó a Bruselas en agosto de 1567 al mando de 10.500 hombres, no tardó en alborotar los Países Bajos. Para empezar, se hizo cargo del gobierno de la zona y ordenó crear el «Tribunal de los Tumultos» con la finalidad de escarmentar (ajusticiar, más bien) a aquellos que hubieran osado levantarse en armas contra su rey. De él ha prevalecido, incluso, la idea de que no solía perderse las ejecuciones públicas. Fuera como fuese, lo cierto es que su aparición convulsionó a los rebeldes.
Tras varias ejecuciones por aquí y escarmientos por allá, el Duque de Alba pudo, ya en 1568, dedicarse a aquello que más le gustaba: darse de mandobles contra el enemigo. «Terminadas las ejecuciones (…) pudo dirigir personalmente la guerra. El 25 de junio partió el duque (…) camino de Malinas (a 25 km de Bruselas). Una anécdota que tuvo lugar en este trayecto da idea de la férrea disciplina que imponía el de Alba en sus tropas: “y aquel día diciendo en el camino un sargento a un soldado (…) aventajado que se apartase del escuadrón o le siguiese, le respondió el soldado (…) no quererlo hacer (…), desorden que fue ocasión de prenderle y dar aviso de ello al duque (…) que mandó que lo ajusticiasen y pusiesen el cuerpo sobre un carretón (…) por donde había de pasar el Tercio, con un escrito que dijese: por desobediencia a los oficiales”», señala Juan Giménez Martín en su obra «Tercios de Flandes».
Gemmingen, donde 2.000 soldados de los Tercios arrollaron a 12.000 protestantes
TIZIANO
Gran Duque de Alba
Al frente de los Tercios hispanos, el de Alba avanzó hasta Groninga, una ciudad ubicada al norte de los Países Bajos que estaba siendo asediada por un ejército de más de 10.000 rebeldes al mando de Luis de Nassau (un molesto líder flamenco que ya había conseguido inflingir días antes una severa derrota a los defensores). Sable en alto, el oficial español hizo su entrada en el territorio el 15 de julio dispuesto a arremeter a base de pica y arcabuz contra el campamento enemigo. No obstante, parece que el insurrecto no estaba muy por la labor de presentar batalla y decidió marcharse a todo correr con la lanza entre las piernas. Y es que, la visión de un contingente español preparado para combatir nunca es plato de buen gusto.

La defensa, en Gemmingen

Conocedor de que Nassau huía a todo galope a través del norte de los actuales Países Bajos con un considerable número de tropas, el de Alba se dispuso a jugar a un cruel «corre, que te pillo» e inició la persecución de su enemigo con la intención de terminar de un sablazo, arcabuzazo (o lo que se terciara) con aquel molesto contingente. Por su parte, y a sabiendas de que la retirada solo retrasaría una contienda inevitable, el protestante decidió que, en último término, plantaría batalla a los españoles, pero en una posición que le fuera ventajosa.
Por ello dispuso que, en el caso de que los españoles atacaran, trataría de darles de arcabuzazos en Gemmingen, una ciudad que, al estar ubicada entre dos ríos contenidos por sendas presas, se convertía en una posición fácilmente defendible. Al auspicio del agua se posicionaron los 12.000 hombres del ejército de Nassau (aproximadamente 10.000 infantes, 2.000 jinetes y casi una veintena de cañones) dispuestos a vender caras sus vidas.
El Duque de Alba, por su parte, tuvo ante sí Gemmingen el 21 de julio de 1568. A sus órdenes contaba con un número de tropas algo inferior al de los holandeses. Sin embargo, el buen hacer de las tropas hispanas en batalla ya era bien conocido y, a su vez, el ejército del noble español contaba con Tercios tan afamados y destacables como el Tercio de Lombardía (dirigido por Juan de Londoño), el de Sicilia (a las órdenes de Julián Romero) y capitanes como Toledo, Henríquez y Hernando de Añasco.

Con las esclusas abiertas de par en par

En las primeras horas del 21 de julio, el de Alba envió varias patrullas en dirección a la ciudad con el objetivo de explorar el terreno. Horas más tarde, cuando las avanzadillas volvieron, la situación no podía ser más dramática. Y es que, después de divisar la llegada de los católicos, el protestante había ordenado inundar los canales del río Ems para evitar el avance del duque hispano. «Luis de Nassau se encontraba en una posición muy favorable, protegida por canales (…). Para entorpecer el avance español, los holandeses abrieron las esclusas», destacan Fernando Martínez Laínez José María Sánchez de Toca en su obra «Tercios de España. La infantería legendaria».
Gemmingen, donde 2.000 soldados de los Tercios arrollaron a 12.000 protestantes
Luis de Nassau
Momentos después de conocer la noticia, casi2.000 de nuestros infantes iniciaron una carrera desesperada contra el tiempo para evitar que el río fuese inundado y no hubiera forma de cruzarlo. Sin embargo, la infantería se movía tan despacio que varios jinetes españoles tomaron la siguiente determinación:cabalgarían solos y lucharían contra todo holandés que se interpusiera en su camino para evitar la apertura de las esclusas. «Una oportuna carga de una treintena de hombres a caballo del duque les forzó (a los holandeses) a retirarse de la esclusa antes de que hubiera entrado demasiada agua», explica Martín.
Aunque el ataque impidió que los canales del Ems se inundaran en su totalidad, los soldados no pudieron evitar que una buena cantidad de agua saliera de las presas. De hecho, la infantería que les seguía tuvo que continuar su avance con barro hasta la rodilla. Con todo, lo peor llamó a la puerta minutos después cuando aquellas tres decenas de jinetes vieron aparecer en la lejanía nada menos que 4.000 soldados enemigos quienes, arcabuz al hombro, habían sido enviados por Nassau para recuperar la esclusa.

Una defensa heroica

La situación se planteaba difícil para los treinta jinetes españoles pues, si se retiraban, los protestantes tomarían la presa y dejarían caer miles de litros de agua sobre el ejército hispano que venía en camino. Por el contrario, si mantenían la posición, estaban condenados a una muerte segura bajo las miles de bolas metálicas lanzadas por los hombres de Nassau. Para ellos la decisión fue sencilla: se atrincheraron, prepararon sus armas, y se dispusieron a resistir hasta que Dios quisiera por el Rey, el Duque, y, sobre todo, por sus compañeros.
«Haciéndose fuertes en el puente y apeándose en él los capitanes Marcos de Toledo, don Diego Enríquez, don Hernando de Añasco, ocho caballeros que allí se hallaron y quince arcabuceros a caballo de la compañía de Montero, lo defendieron más de media hora bien arriesgadamente peleando con los enemigos, que cargaron todo aquel tiempo con terrible furia e ímpetu disparando tan gran golpe de acabucería sobre ellos que la mayor seguridad que se tuvo de no recibir mucho daño fue la de ser tan pocos los que defendían el paso, porque los golpes de las balas se sentían batir apresuradamente en dos casas que había a nuestras espaldas», explica Bernardino de Mendoza, cronista de la época, en su obra «Comentarios de las Guerras de los países Bajos».

El perfecto cebo

Tras media hora de heroico combate, la treintena de jinetes –extenuados por el esfuerzo- recibieron el apoyo de los dos mil infantes de los Tercios de Londoño y Romero que, junto a ellos, habían partido para evitar la apertura de las esclusas. Podrían parecer pocos hombres, pero si menos de tres decenas de hispanos habían conseguido detener a cuatro mil protestantes, qué no podría hacer aquel número de militares. Tras un duro combate los protestantes no pudieron hacer otra cosa quedar media vuelta e iniciar la retirada seguidos de cerca por los cristianos.
Pero la persecución, para su desgracia, les llevó hasta el centro de las líneas protestantes –posición hacia la que huían los holandeses-. Fue entonces cuando la alegría se trasformó en desesperación, pues todo el peso de la artillería y la arcabucería de Nassau cayó sobre ellos. Desprevenidos, no pudieron más que protegerse y enviar un correo para solicitar refuerzos al Duque de Alba de forma urgente. «Aguantaron su posición, pero por tres veces enviaron mensajeros al duque, que con el grueso del ejército venía por otro camino, pidiendo que les enviara piqueros para pode resistir un posible ataque enemigo, cuando se decidiera a atacarlos», señala en autor hispano en su obra.
No obstante, el plan del Duque de Alba era bien diferente. Concretamente, el oficial español pretendía que aquellos hombres mantuvieran la posición y obligaran al ejército protestante a atacarles. En ese momento, él cargaría contra el flanco desprotegido de sus enemigos para asestarles el golpe definitivo. Es decir, harían las veces de cebo ante Nassau.
Curiosamente, este improvisado plan del general hispano surtió efecto y, finalmente, los protestantes se decidieron a atacar. «El ejército holandés, compuesto en su mayor parte de mercenarios alemanes, creyendo fácil batir a los Tercios de Londoño y Romero, cayó en la trampa y adelantó sus líneas», señalan los autores españoles en «Tercios de España. La infantería legendaria».
Lo que no habían tenido en cuenta los herejes es que no se enfrentaban a cualquier ejército europeo, sino que se se jugaban las judías contra los Tercios españoles. Así pues, los mil arcabuceros formaron una extensa línea y demostraron por qué eran temidos en medio mundo. Un ruido ensordecedor se trasmitió a kilómetros de aquellas tierras cuando los hispanos abrieron fuego sobre los protestantes que corrían fervorosamente para pasarles a cuchillo.
Tres disparos por barba fueron suficientes para que el miedo inundara los corazones de los soldados de Nassau que, desesperados, detuvieron drásticamente su avance y trataron de volver a sus posiciones defensivas. Pero ya era tarde, pues, al carecer de formación debido a la carga fallida, Nassau no pudo hacer frente a los hombres que, con más gónadas que cabeza, le asaltaban. A su vez, la situación terminó de recrudecerse cuando el Duque de Alba, al fin, hizo su aparición al mando de la caballería y cargó contra el maltrecho flanco del protestante. Fue una masacre.

Contando los muertos

Al final del día, la victoria se había decantado del lado español de forma clara. «Dicen que la victoria fue tal que, leguas abajo podía adivinarse quienes habían resultado vencedores por la cantidad de sombreros alemanes que flotaban en el río. (…) Más de 6.000 fueron los cadáveres entre ahogados y muertos a manos de los españoles(…). Escapó a los españoles, sin embargo, Luis de Nassau, el cual se cambió de traje para no ser reconocido y huyó a nado por el río. La victoria fue tan sonada que hubo procesiones públicas en Roma durante tres días para celebrarla», destaca Martín.