LAS BRUJAS DE CANSOLES (LA PEÑA) O DEL BENIDITO CRISTO DEL AMPARO
Hace muchos años, vivía en Guardo, en el popular barrio de los Hoyeros, una familia de alfareros. El cabeza de familia de la misma, pasaba sus días delante del torno modelando botijos, escudriñas, ollas y demás vasijas que la imaginación del alfarero era capaz de sacarle al barro. La esposa de este daba el toque final al modelado, aplicando brillantes baños verdes y bermejos. De este matrimonio había un único vástago, que era una pequeña que aportaba una ayuda al hogar cuidando un rebaño de ovejas. La mozuca, casi doncella, era muy gentil, servicial y muy querida por todos, y desde la llegada de la primavera a finales del otoño conducía su rebaño a los praderios cercanos, prefiriendo el valle de corcos y el de San Miguel solo había unos pastos que le eran prohibidos, “los de casoles”, pues había una creencia muy generalizada en la zona que aseguraba que ese era lugar de cita – en llamada “aquelarre” – de todas las brujas de la zona, y que en noche de plelunio se juntaban en conclave apara sus practicas maléficas, donde adoraban a Belcebú y Zonatan, bailando al son de citaras cuyas cuerdas estaban hechas de tripa de gato. Más de un arriero, aseguraba haberlas visto bailar danzas alrededor de un macho cabrio.
Transcurría el mes de junio y la naturaleza estaba en pleno apogeo luciendo todas sus galas y nuestra pastorcilla se trasladaba en pos de su rebaño sin percatarse que se acercaba al termino de Consoles, que por no haber estado nuca en el desconocía de que lugar se trataba. Comió sus viandas, bebió de la dulce fuente que allí existe y como era el día caluroso y las ovejas sesteaban, ella hizo lo mismo. Pero cuando se despertó era de noche, la luna proyectaba sus marfilineos rayos de luz sobre el lugar, el cual estaba ocupado por el conclave de brujas, encontrándose en el centro ella. Mientras unas la sujetaban, otras la fueron desnudando y la acercaron a un impresionante “macho cabrio” que la miraba con ojos centelleantes. Un horror supremo y helado la tenazo el pecho y antes de que el macho cabrio pudiera asirla, grito con la vista puesta en el cielo, ¡Madre de Cristo, ampárame!, y de pronto la noche se abrió y apareció en el cielo la imagen de Cristo crucificado que por sus llagas y heridas lanzo rayos de luz sobre el aquelarre, el cual desapareció para siempre. Después la Virgen la cubrió con su manto hasta que llego la aurora. Ya entrada la mañana encontraron a la zagala un grupo que había salido en su búsqueda y viéndola de esa guisa y con un fino manto de color caramelo que la cubría, todos pensaron en las brujas y rápidamente llamaron al señor cura, el cual con sus libros y agua bendita se acerco a exorcizarla. Ella recupero el sentido y relato a todos el hecho y nadie dudo que había sido la Virgen del Carmen y su Divino Hijo quienes habían intervenido por la joven.
En dicho lugar marcaron con una cruz, donde encontraron a la joven, edificaron una ermita alli se venera al bendito Cristo del Amparo y a la Virgen del carmen.
