martes, 26 de noviembre de 2013

Miguel Serrano



Miguel Serrano Fernández nació el 10 de septiembre de 1917, en la calle Santo Domingo de Santiago de Chile, la ciudad de la que jamás pudo desprenderse en forma definitiva aún cuando varias veces debió dejarla; "junto a las altas cumbres de mi patria", como decía él, explicándose una íntima conexión con el significado de su apellido. Perdió a sus padres siendo muy joven y fue matriculado en el Internado Barros Arana, donde hizo sus estudios teniendo por compañeros a varios otros chiquillos que serían importantes figuras del mundo del arte y la cultura, curiosamente.
Su juventud se incubó en una flor milagrosa en nuestra historia cultural y artística: la Generación literaria del 1938, una de las más prolíficas y valiosas de todo el currículo de la literatura chilena. Serrano formó parte de una especie de tabla redonda de jóvenes y grandes amigos literatos, que se reunían permanentemente a volcar efluvios creativos en la cotidianeidad de sus reuniones en locales de calle San Diego y Avenida Matta. Allí estaban Héctor Barreto, Teófilo Cid, Juan Emar, Guillermo Atías, Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa, Jaime Rayo y Eduardo Anguita, entre otros. Todos ellos configuraron las características que le serían propias a la literatura y la poesía chilenas, lo que les convierte, a juicio de muchos, en la más relevante de las generaciones de las artes escritas.
Aunque era sobrino del poeta Vicente Huidobro y había varios escritores y poetas de su grupo simpatizantes de la causa republicana española (con el estallido de la Guerra Civil), Serrano no adhirió a estas tendencias sino hasta 1936, cuando cayó muerto en una revuelta callejera su joven amigo, el escritor Héctor Barreto. La escaramuza había comenzado entre un grupo de socialistas y nazistas, en uno de los restaurantes que frecuentaban los jóvenes escritores, y terminó a balazos, con Barreto muerto. Desde entonces, Serrano incursionó en la redacción de orientación política, participando de algunas revistas de corte socialista. Nunca abandonó su esfuerzo por rescatar la obra del poeta muerto, convirtiéndose casi en su embajador en el mundo de los vivos. Esta aproximación al izquierdismo le permitió conocer, además, a la poetiza uruguaya residente en Chile, Blanca Luz Brum, quien también variaría hacia ideas nacionalistas, en años posteriores.
Si bien fue un solitario, cual Lobo Estepario, ajeno a las agrupaciones de poetas como "Mandrágora" o "David", Serrano no sólo formó parte esencial de esta generación, sino que ayudó a forjarla, al publicar su trabajo "Antología del verdadero cuento en Chile" en 1938, cuando contaba con sólo 21 años. Esta obra está considerada entre los más grandes hitos de las letras nacionales, por su valor y trascendencia. En una audacia que provocó gran polémica con otros colegas de oficio, incluyó en ella los cuentos de varios de sus jóvenes amigos casi desconocidos en la época, además de uno propio.
Escritores de profesión como Carlos Droguett le discutieron con ferocidad a Serrano su derecho a tomarse tan particulares atribuciones, pero el tiempo demostró el acierto del autor. Anguita diría en su "Anguitología", que Serrano, a través de su antología, "pretendió sentar el axioma absoluto de que el génerocuento era la forma precisa y exclusiva de ser chileno".
NACIONALSOCIALISMO Y ESOTERISMO
Ese mismo año, sin embargo, el día 5 de septiembre, tuvo lugar uno de los acontecimientos más horrorosos de la historia de Chile: la Masacre del Seguro Obrero, en la que 59 muchachos nacionalsocialistas inspirados en el Tercer Reich y opositores al Gobierno de Arturo Alessandri, fueron brutalmente asesinados en la Torre del Seguro Obrero (actual edificio del Ministerio de Justicia, en Plaza Constitución), con una vesania y violencia que causó conmoción en la sociedad chilena, al punto de arrebatar las posibilidades de victoria al candidato presidencial del oficialismo, Gustavo Ross Santa María, en favor de Pedro Aguirre Cerda, que ganó por estrecho margen.
Serrano quedó impactado con los acontecimientos del Seguro Obrero y buscó comunicarse con uno de los líderes del movimiento, Carlos Keller, escarbando por alguna explicación sobre lo sucedido. La conversación que mantuvo con Keller causó profunda mella en el joven escritor quien, después de meditarlo, ofreció su apoyo al entonces "jefe" del nazismo criollo, el abogado Jorge González von Marées, intercambiándose ambos algunas cartas que fueron publicadas en la prensa. Desde aquel momento, Serrano quedó convencido del pensamiento nacionalsocialista y declaró su adhesión a la Alemania, participando ardorosamente en el diario "El Trabajo", organismo oficial del movimiento.
En tanto, publicó su trabajo "Un discurso de América del Sur", en 1939, basado en un discurso pronunciado en la Sala de Honor de la Universidad de Chile. Allí afloran por primera vez las orientaciones matrices del discurso de Serrano, abogando por una identidad nacional y pronosticando los grandes cambios que se aproximan sobre la historia.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, no ocultó su simpatía por el hitlerismo, llegando a figurar en las "listas negras"que las fuerzas aliadas hicieron circular en Chile durante la gran conflagración. Esto sería, a la postre, lo que le condenaría a la ingratitud y al desprecio desde las esferas oficiales de la cultura nacional, privándosele de todo premio o reconocimiento, como castigo a la controvertida opción que tomó para sí y a la que, sin embargo, permaneció fiel toda su existencia terrenal, motivado por energías y convicciones de otros mundos, de otras vidas.
Ya instalado en su persona este ideario, Serrano escribió en 1941 una de sus obras más importantes: "La Época Más Oscura", editado bajo el sello de la casa Zig-Zag. Huidobro definió este libro obra como"los cuentos más notables de toda la literatura moderna", antes de enemistarse con su sobrino por cuestiones políticas. Para muchos, además, éste libro de cuentos es uno de los que pone en marcha la identidad de la Generación del '38. También publicó la revista "La Nueva Edad", en plena guerra mundial, donde abordó temáticas totalmente novedosas y controversiales sobre las raíces profundas de la lucha europea, motivada desde la íntima confrontación de principios elementales del mundo, repetidos desde una batalla cósmica que se retrotrae a los principios de la creación. Conceptos que, por extraño que pueda sonar hoy en día, sólo fueron revelados popularmente y de manera más bien antojadiza muchos años después, a través de autores como Louis Pauwels y Jacques Bergier.
Serrano confesó, en años posteriores, haber recibido iniciación de un maestro esotérico, volcándose a una disciplina ecléctica y filosófica de la que nunca se desprendió, por lo que sus publicaciones, en aquellos conflictivos años, eran sólo sus primeras incursiones en el Hitlerismo Esotérico, que sería la línea central de sus escritos, implícita o explícitamente.

Sus libros más comprometidos con el tema fueron muy posteriores, sin embargo: "El cordón dorado", "Adolf Hitler: El último avatara" y "Manú: Por el hombre que vendrá", de los que hablaremos más abajo. Para muchos, la apología del hitlerismo y reivindicación de la swástica que hizo en esta trilogía, fue lo que terminó de condenar su carrera al desdén y al pesado cargo de quienes preferían juzgarlo por su pensamiento antes que por sus trabajos.
Cabe advertir, sin embargo, que estas convicciones de Miguel Serrano siempre tuvieron por base los conocimientos esotéricos, algunos compartidos con sus lectores y otros guardados en lo más íntimo de su credo. "Sólo el mito me inspira", decía en sus escritos, siempre construidos sobre la prosa poética, etérea, apreciada de figuras y metáforas, y en la que abundan los códigos, los símbolos, los lenguajes del argot.

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