domingo, 22 de diciembre de 2013

En sus comienzos fue un pobre campo, vasto como el mundo y triste como él solo. Vientos helados en invierno, saturado de sangre en verano, y justo en el medio, unos ojos deslumbrados.
El hombre contempló el suelo y vio su propio destino. Manchó sus manos con barro y comenzó a labrarlo. Del trigo, escaso pero glorioso, comenzaron locos festines. Y embriagó su cuerpo con inquietantes venenos.
Las lluvias de lágrimas y la cólera parecían no alejarse, la violencia de la labor acabó secándole. Un cielo nuevo coronaba cada fallecimiento y el sol volvía a renacer cada mañana levantándose sobre el cementerio.
Un día el hombre se cansó de esta tierra cruel. Enfebrecido la cubrió con piedras y hormigón. Con inmensos tótems de hierro que se elevaban entre gran estruendo. A sus pies, los hombres ebrios sacrificaron la razón.
Aturdido por el ruido sembrado en todas partes. Alejado de las estrellas e inundado por sueños vacios. Descuidó sus raíces y se burló de lo sagrado. El hombre nuevo creyó ser feliz.
Olvidó a sus mayores, devoró a sus hijos. Amontonando bolsas de oro sobre pilas de estiércol. Hombre sediento de espejismos y lentejuelas. En cada callejón sin salida creyó encontrar un camino.
Al fin y al cabo no era más que un pobre campo, vasto como el mundo y triste como él solo. Vientos helados en invierno, saturado de sangre en verano, y justo en el medio, un viejo cadáver enterrado.
Crève Tambour - Un champ  (Traducción: Veritas Vincit)


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